Quizá uno de los aspectos que más ha cambiado en nuestras hermandades en las últimas décadas haya sido el ejercicio de la caridad. Es cierto que nunca se ha dejado de lado esa labor en nuestras cofradías, que siempre ha estado presente de una manera u otra, pero quizá desde la creación de las bolsas de caridad, en lo que fue pionera la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, no había habido otro cambio tan sustancial como el que ahora estamos viviendo. La caridad se venía ejerciendo, en general, de una manera individual y accesoria en nuestras corporaciones, análisis que no incorporamos como crítica, Dios nos libre, pues esa labor se ha desarrollado con mucho esfuerzo y con el interés de muchos por hacer presente a los demás la Buena Noticia de Cristo. Sólo hacemos referencia a la forma de ejercerla a fin de analizar cómo ha ido evolucionando, cómo se ha ido convirtiendo en un pilar fundamental de todas y cada una de las cofradías de Sevilla. Las sucesivas juntas de gobierno han ido llevando a cabo un desarrollo de esta faceta de puesta en práctica del mensaje de Cristo a fin de hacerlo más amplio y efectivo. No se ha abandonado la atención puntual a los que la necesitan (pago de recibos, entrega de alimentos, etc…), toda vez que sigue siendo, desgraciadamente, precisa, pero se ha ido tomando conciencia de la magnitud del problema, de la necesidad de actuar fuera del corazón de la ciudad, en los entornos más desfavorecidos de la ciudad y de hacerlo sumando iniciativas y ampliando presupuesto. Algo tan novedoso y, a la vez, tan antiguo como que la unión hace la fuerza.
Y en esto, las hermandades del Martes Santo fueron rápidas. Recordemos aquel taller de carpintería que se mantuvo en la parte más degradada del Polígono Sur (lo que se conoce popularmente como Las Vegas-3.000 viviendas), donde se hicieron, entre otras obras, las cruces de penitencia de la Hermandad de Los Estudiantes; o la implicación en la creación del taller de corte y confección en la Parroquia de Jesús Obrero, sin descuidar nunca los proyectos de cada corporación, ni la atención a todo aquel que se acercaba pidiendo ayuda. El Diputado de Caridad ha ido adquiriendo una relevancia con el paso de los años proporcional a la importancia que las hermandades le han ido dando a esta parte de su labor, al mayor campo que se ha querido atender y a las nuevas formas de colaboración que se han ido imponiendo. Esto último era quizá, lo más difícil. Superar nuestros límites de hermandad para diluirnos en un proyecto conjunto en el que el nombre de cada una de nuestras cofradías cediese en favor de la denominación conjunta del día, el proyecto de las Hermandades del Martes Santo, en nuestro caso. Hoy puede parecer algo poco relevante pero en su día fue un paso importante por lo que implicaba de generosidad de cada una de las hermandades por separado, de perder ese prurito que tenemos muchas veces de hacer cosas en nuestro nombre. En ese contexto, los hermanos mayores que lo eran por el año 2007, Adolfo J. López (Cerro), Jesús Gutiérrez (Javieres), Carlos Guisado (San Esteban), Antonio Gutiérrez (Estudiantes), Manolo Bermudo (San Benito), José M Cuadro (Candelaria), Manolo Paz (Dulce Nombre) y Guillermo Carmona (Santa Cruz), tomaron una de las decisiones que más ha marcado la obra social de las hermandades del día: asumir un proyecto de manera conjunta, ubicado en uno de los barrios con más necesidades de la ciudad, que solucionase un problema concreto de los que presentaba la población más desfavorecida, que fuese atendido por profesionales y que tuviese un presupuesto que superase el propio de cada hermandad pero que fuese asumible por todas. Así, estos hermanos mayores, posiblemente sin saberlo, estaban poniendo los cimientos de otra forma de hacer caridad, ni mejor ni peor que otras, pero distinta. Cuando los reunimos para rememorar aquellos momentos, nos llamó la atención la normalidad con la que explicaban todo lo acontecido, ajenos por completo a haber hecho algo importante toda vez que consideraban haber hecho lo que en aquel momento parecía más razonable, aunque sí llegaron a reconocer la dificultad que suponía en el seno de las hermandades optar por dedicar parte del presupuesto de caridad a un proyecto que no se vería propio de cada hermandad, sino del conjunto del día. La conciencia de tener que hacer algo nuevo en esta parcela de la caridad también llevó a repensar la forma de gestionar el proyecto, decidiéndose por tratar con profesionales desde el principio para así, prestar una ayuda eficaz y seria. De este modo acordaron contar con aquellos que, diariamente, se encargaban de esta labor, contactando con los servicios sociales municipales para explicarles la idea y abordar un proyecto que ayudase a resolver problemas reales de las personas con menos recursos. De esas reuniones surgió el proyecto de financiar, de manera conjunta, un proyecto con el que hacer frente a una de las necesidades que los nuevos tiempos habían puesto de manifiesto: que las vacaciones de verano para muchas familias de nuestro entorno no suponían la llegada de una época de ocio y descanso, antes al contrario, suponían un agravamiento de su problemática pues dejaban de tener el apoyo que suponen las guarderías, colegios y actividades extraescolares. Familias, muchos de ellos emigrantes, donde tenían que trabajar los dos progenitores, o madres solteras trabajadoras, que realizaban trabajos con amplios horarios y escasas retribuciones, sin familiares que pudieran apoyarles y que se encontraban y se encuentran, en la época estival con el problema de tener a los hijos en casa durante la jornada laboral.